jueves, 21 de diciembre de 2017

Póstumo

Póstumo
(Fragmento)

Para Alan Ball
Si decide contratar nuestros servicios, uno de nuestros mejores asesores se pondrá en contacto con usted para orientarlo en la elaboración de su carta de suicidio. Porque no basta con el deseo, el convencimiento o la necesidad de dejar una nota póstuma, hay que saber hacerla para que el mensaje llegue con eficacia. Se ha dado el caso de suicidas famosos (encontrará adjunto algunos ejemplos) que redactaron cartas con las mejores intenciones de reconciliación y catarsis, pero al no contar con la información, los recursos técnicos ni la metodología apropiada, arruinaron su propósito generando daños colaterales irreparables, malentendidos que se hubieran podido evitar de contar con un servicio como el que hoy nos permitimos ofrecerle. Sin ir más lejos, el 74.8% de los lectores no logran descifrar la caligrafía del suicida. Allí entramos nosotros. Descartamos el uso de máquinas de escribir, ordenadores y la tipografía estandarizada de fuentes digitales. Recomendamos la caligrafía a mano, para personalizar la experiencia, aunque tenemos claro que existen circunstancias adversas, además del analfabetismo (completamente respetable), que conducen a la trampa de lo digital o del abstencionismo. Para la inconformidad con la caligrafía personal (titubeo a la hora de trazar una Q, una P o una W, estadísticamente hablando las letras más difíciles de dibujar) ponemos a su disposición un tutor especializado capaz de asesorarlo para que su caligrafía sea legible sin perder un ápice de sello autoral. En caso de que usted guste de la escritura manuscrita pero para el momento de la redacción se encuentre impedido por amputaciones, atrofias o cualquier limitación temporal, contamos con un escritor fantasma entrenado para absorber su estilo caligráfico, sus modismos y sus errores más frecuentes, tras estudiar minuciosamente textos previos suyos. Si usted no maneja diarios, bitácoras, memorias ni ningún otro formato personalizado, nos conformamos con escritos menores: listas para hacer mercado, tarjetas navideñas, formularios de cualquier índole. 

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Entre líneas

Entre líneas
(Fragmento)

Para Al Pacino y Lawrence Grobel

¿Qué recuerda de su primera entrevista?
Zuluaga: Los nervios, la tensión… ¡Ah! Pero me está preguntando de la primera entrevista de todas o de la primera después de…
La primera primera.
Zuluaga: Bueno sí, entonces sí. Los nervios. Estaba muy asustado, quería dar buena impresión. Me había pasado la vida negándome a los medios. Radio, televisión, prensa… no importaba cuál fuera. No quería exponerme. Ser actor era ya de por sí estar expuesto en muchos niveles, pero era tolerable, era otra cosa. Me empeñaba en que sólo mi trabajo hablara por mí. No me gustaban las críticas, ni los chismes, ni nada. No leía periódicos en los que hubieran publicado algo sobre mí. Detestaba profundamente a la prensa y conceder una entrevista era de cierta forma contribuir a eso que tanto me molestaba. Facilitarles el trabajo.
¿Cuánto tiempo permaneció así?
Zuluaga: Casi quince años, hasta que me obligaron por contrato. Algo que firmé sin leer bien. Cuando me di cuenta ya era tarde, tenía que hacerlo o me embargaban el salario de año y medio. Me acuerdo y me da rabia. La entrevista estaba programada para dentro de dos meses y me pasé todo ese tiempo amargado. No dormía ni comía casi, como si fuera a presentar otra vez el ICFES, salvo que no había forma de prepararme. Nadie me daba ningún consejo decente. “Sé tú mismo”. La muletilla debería ser un crimen de estado.  
¿Quién fue el entrevistador?
Zuluaga: Nadie, en realidad. Un recién egresado con palanca. Estaba más asustado que yo. Leía las preguntas y ni siquiera me miraba a la cara. No escuchaba lo que le decía ni reaccionaba ante mis respuestas, simplemente esperaba su turno para hacer la siguiente pregunta de la lista. A veces parecía caer en cuenta y levantaba la cabeza para mirarme con cara de pato, asintiendo incluso en los silencios. Dos meses de miedo para esto, pensaba. No sabía si me sentía aliviado o decepcionado.
No entiendo. Si el primer entrevistador estuvo tan mal como dice… ¿por qué siguió dando entrevistas?
Zuluaga: Digámoslo así: después de leerme no pude volver a ser el mismo. 

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Jugador Dos

Jugador dos
(Fragmento)
Para Gordon Freeman
I
Cuando salió la noticia del tipo que se murió por jugar Diablo III durante tres días seguidos, todo el mundo se sorprendió de que no me afectara. “Se murió pero del tedio por semejante bodrio”. Sí me afectó, en cambio, cuando tras las masacres de Columbine y Virginia Tech, prohibieron la venta de varios shooters decentes acusados de “sembrar violencia gratuita en las mentes de la juventud americana”. Harris y Klebold usaron Tec-9 y Hi-Point 995 supuestamente porque eran fans acérrimos de la serie Quake. Seung-Hui se inclinó por dos pistolas pequeñas (Glock 19 y Walther P22) posiblemente influenciado por Counter-Strike o por Hitman: Contracts. Si yo hiciera una masacre sólo llevaría un arma y no habría ninguna duda sobre el videojuego que me influenciaría. En efecto y como todo el mundo sabe, le debo a Doom mi obsesión precoz por las escopetas, pasión que he reencontrado en otros escenarios como el western y el cine negro. Para adquirirla tocaba quitársela a uno de esos sargentos calvos, al puro principio del juego, cuatro tiros de pistola y listo, de aquí en adelante me las arreglo solo. Había otras armas mucho más poderosas: ametralladoras, lanzacohetes, incluso pistolas de plasma, pero nada valía tanto como la escopeta, y si era de doble cañón, ni le digo. Cuando jugaba con mi hermano no dejaba de reprocharme: “Para qué cree que pusieron el resto de armas ¿de adorno? ¿No ve que se matan más rápido con plasma?”. Pero para mí usar bien la escopeta era algo más que un mero requisito del juego, era un alarde de habilidad, todo un tour de force. La estética de la muerte que me ofrecía no la conseguía con ninguna otra herramienta. Aquel pum, chic chic resuena todo el tiempo en mi cabeza y hoy en día continúo usando la onomatopeya  para indicar que estoy en mis límites de tolerancia y mantener a raya al agresor de turno, aunque a veces la gente se queda mirándome raro, como sin entender. Ignorantes. La mayoría de los villanos humanos y algunos monstruos de tamaño igual se podían matar con un solo disparo de escopeta, a veces incluso, si uno los sorprendía alineados, daba de baja a dos y hasta tres parroquianos de una sola. También valía como unidad de medida: “Ese villano es fuerte, me tomó tres escopetazos matarlo”. Si se suele decir que el reloj es a lo que aspiran todas las máquinas, yo digo lo propio de la escopeta con respecto a las demás armas.
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Blinker

Blinker
(Fragmento)

Sólo un guiño. Un guiño basta para que me conecte con la mirada de otro y pueda ver a través de sus ojos. El ojo que guiño pasa a ver lo que la persona mira, mi ojo restante continúa revelando lo que está ante mí. Es como una pantalla dividida a lo Brian De Palma, sólo que mejor. Inicialmente usé la habilidad para contrastar recorridos visuales. Si la persona cuya mirada poseía trotaba alrededor de una cancha, por ejemplo, yo trotaba en dirección opuesta esperando ese momento de choque entre las dos miradas, esa conjunción visual que me permitía verlo a él a través de mi ojo y verme a mí mismo desde su mirada capturada. Por eso mis primeros experimentos fueron con caminantes y deportistas, personas habituadas al recorrido circular, constante, rutinario.
Un oficinista que caminaba por la calle, posó su mirada en las carnes de una vendedora de jugos de la Carrera Séptima y la persistencia de su mirada casi lo obligó a detenerse. Al principio creí que había sido un evento fortuito, pero al presentarse otros casos similares me di cuenta que se trataba de un patrón: señoras cuya atención en algún descuento de calzado las obligaba a aminorar el paso, hombres concentrados en los movimientos de un balón, gente deteniéndose ante la sospecha de un billete en el suelo visto de reojo. Si bien sólo podía poseer y controlar la mirada de las personas, gracias a estos casos descubrí que era más que suficiente. La mirada intensa obliga al desplazamiento del ojo, el cual condiciona el movimiento de la cabeza, que a su vez arrastra consigo al cuello y de allí al cuerpo entero. Empecé entonces a experimentar por esta vía: mirada y movimiento.


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